Capítulo 1- Nada como una cerveza bien fresca

​Haruka estaba cansado, pero no le apetecía volver a su casa. El sonido de los grillos cerca de las acequias se confabulaba con una cálida y agradable tarde de finales de primavera para detenerse en el bar de su amigo Kazuma.

​Considerar un bar aquel puesto callejero que prácticamente solo servía takoyaki y cerveza resultaba un tanto pretencioso. Tan solo 5 taburetes altos de madera de cara a la barra de aquel puesto junto a una carretera de entrada hacia Aizowa-kamatsu.
 
Sin embargo Haruka era feliz allí, sentado en la barra, mirando el monte Bandai reflejado en los arrozales anegados mientras los autobuses de turistas, ahora medio vacios desde la desconexión, pasaban de camino al legendario castillo de Tsurugajo o los hermosos jardines Oyakuen.
 
Pedía un pequeño plato de esos buñuelos de pulpo aderezados con un poco de katsuobushi, excusa perfecta para añadir una cerveza Sapporo bien fría, quizás dos.
 
Nunca fue un chico muy atento en el colegio, la presión le podía y solo deseaba que llegara la tarde para salir a jugar entre los cultivos, cazar insectos desprevenidos entre las bocas de riego para su colección o ver manga en su tablet.
 
Cuando Japón se declaro estado libre de conexiones se sintió profundamente aliviado, podría buscar un trabajo más cercano a sus gustos, aunque quizás sus padres y su mujer nunca lo hayan visto así. Pero el es feliz.
 
Pese a que las fechas en las que el Tsunami, tras él que los reactores de la central de Fukushima reventaron, el no había nacido, su madre siempre achacó su desinterés por los estudios a la radiación, pero el siempre supo que los efectos nunca llegaron a esa zona de la prefectura. Quizás era la manera que tenía su madre de aceptar que no hubiese emigrado a China hacía dos décadas como ingeniero electrónico o químico para una de las grandes ciudades-factoría del gigante asiático.
 
Ahora sabía que hizo lo correcto mientras contemplaba como un bello tono anaranjado coloreaba los cultivos mientras Kazuma le contaba a su espalda lo mal que le caía el nuevo novio de su hija, quien, probablemente acabaría asado y rebozado en pequeños trocitos encima de su plancha.
 
La voz del cocinero solía causar sobre Haruka como una especie de agradable efecto sedante, solía escuchar sin demasiado interés pero amenizaba acertadamente el ocaso de las tardes. Sin embargo hoy, algo diferente se respiraba en el ambiente, en la voz de su amigo, en el sonido de los insectos.
 
Al comienzo solo era un leve temblor, tan sutil que sobre el vaso de cerveza, reposado y ya sin espuma, las ondas concéntricas que producía tardaron en ser perceptibles.
 
Poco a poco el rumor se transformó en un sonido profundo, como olas de pulsos de baja frecuencia surcando veloces el cielo por secuencias. Escuchaba la voz de Kazuma cada vez más lejana, como si un rumor tan denso como el plomo fuese apagándola poco a poco y de manera inexorable.
 
Tras unos minutos el propio cocinero se dio cuenta que algo más pesado y fuerte que el miedo puro sellaba el espacio engullendo sus palabras. Se detuvo y apago el fogón para que el chisporroteo del pulpo en la plancha cesara y poder escuchar aquel oscuro vacío pulsado. Se giro lentamente hacía su amigo, que sentado en el taburete miraba paralizado la línea del horizonte mientras el rumor se transformó en un rugido.
 
De la misma frontera entre la tierra y el cielo iba surgiendo una intensa luz azul procedente del punto exacto que apuntaba a la antigua central nuclear desmantelada. Tras unos instantes la luz lo llenó todo con una intensidad tan cegadora que pronto no pudieron ver ante sus retinas más que un blanco puro ocupándolo todo.
Paralizados escucharon el estruendo, brutal y salvaje. Todo tembló. Apenas unos segundos y luego el silencio. Pero ellos seguían paralizados y completamente ciegos por la súbita cascada de luz.
 
Sabían perfectamente la procedencia del gemido, la bestia despertó una vez más.

© Belén Higueras - J.F. Alonso