Capítulo 11 - El cuarto de Dios

​Todo estaba listo, Mia fue preparada rápidamente para la intervención, pues el tiempo corría en su contra, aumentando el riesgo de complicaciones. Un colapso multisistémico acechaba detrás de cada latido agonizante de su corazón descompuesto.

Todo estaba listo, Mia fue preparada rápidamente para la intervención, pues el tiempo corría en su contra, aumentando el riesgo de complicaciones. Un colapso multisistémico acechaba detrás de cada latido agonizante de su corazón descompuesto.
 
Si por alguna razón fallecía y su cerebro dejaba de recibir oxígeno más de 3 minutos el acuerdo quedaría invalidado. El tiempo máximo que las neuronas pueden resistir sin oxígeno se calcula aproximadamente entre 3 y 5 minutos. Incluso es posible resucitar a personas que han estado sin respirar más de 15 minutos pero pasados los tres o cuatro primeros ciclos del segundero, la muerte neuronal aparece y la viabilidad del cerebro para esta cirugía desaparecía.
 
Sin un seguro que lo cubriese no iba a practicarse resucitación alguna, así de sencillo.
 
Mia veía como varios hombres y mujeres impecablemente pertrechados con avanzados trajes que le parecían similares a los NBQ (La indumentaria de protección empleada por los militares e investigadores para protegerse de la exposición ante agentes químicos, biológicos o radiactivos) le conectaban y desconectaban a toda prisa y con una precisión casi coreográfica los diferentes sensores y tubos unidos a los catéteres que intentaban medicar y alimentar ya de forma infructuosa a la joven.
 
Tras acabar el proceso fue llevada a una pequeña sala vacía donde quedaron solo Mía y dos hombres del equipo. El recinto, parecía de acero inoxidable, con un suelo de rejilla y pequeños orificios en las paredes. Tan solo dos mangueras conectadas a bocas accionadas a un sistema pulverizador de gatillo quedaban sujetas a las paredes.
-Muy bien Mia, ahora vamos a proceder a descontaminarnos para acceder a la  “sala de Dios”, que es como llamamos coloquialmente a los quirófanos completamente automatizados donde se realizará tu intervención.
 
-Quizás sientas un poco de frio, pero no te preocupes, es normal. Debemos asegurarnos de que todo, absolutamente todo lo que entra en el quirófano está perfectamente esterilizado.- Añadió el otro hombre
 
-Una vez dentro dispondremos todo para proceder de inmediato y abandonaremos el quirófano, a partir de ese momento el equipo de cirujanos comprobará desde la sala de control que todo es correcto y los robots iniciaran la intervención guiados por el equipo y la IA de supervisión. Ahora si los has entendido, por favor, parpadea dos veces y a continuación cierra los ojos para que podamos comenzar.
 
Tras unos veinte minutos de reveladoras conversaciones entre los dos miembros que habían quedado con ella, abandonaron la sala y todo quedó dispuesto.
 
Mia supo con sorpresa que aquellos dos tipos tenían mayores preocupaciones que lo que estaban haciendo en aquellos momentos con su cuerpo. Al parecer eran amantes y uno de ellos, casado, estaba muy preocupado porque al parecer su mujer había encontrado la cuenta con la que se conectaba a las salas virtuales donde practicaba furry sex con su amante.
 
Así que si no les importaba que escucharan como les gustaba hacer el amor disfrazados de conejito y caballo de peluche solo podía significar dos cosas: o bien que cuando saliese de esa sala no iba a recordar nada o sencillamente no iba a salir de esa sala.
 
 
 
Las paredes de la sala brillaban de manera reluciente, era una estructura milimétricamente construida en acero, aluminio, fibra de carbono y vidrio, perfectamente diseñada para impedir la proliferación de ningún tipo de microorganismo.
 
Toda la instalación estaba rodeada con  todo tipo de dispositivos quirúrgicos, aunque en el centro de la sala resaltaban seis brazos robóticos articulados anclados al techo.
 
Mia permanecía en una camilla en el centro del quirófano su cabeza estaba firmemente sujeta a una compleja estructura que imposibilitaba el movimiento de esta.
 
Un ejército de pequeños drones de grabación flotaban en una esquina del quirófano, listos para grabar, escanear y monitorizar cualquier detalle de la intervención sin interferir con los brazos robóticos ni el resto del equipo de la sala.
 
Tras una gran mampara de vidrio templado a su lado derecho, una docena de cirujanos y especialistas en el uso de este sofisticado equipo controlarían la operación.
 
Tras unos minutos en la sala apenas podía mover los párpados, sentía todo su cuerpo dormido. Era como en esas pesadillas en las que crees despertar pero sigues dormido e inmóvil sin poder hacer el menor gesto, donde luchas por moverte pero no puedes.
 
Mía estaba desnuda sobre la camilla, cubierta únicamente por un fino tejido poroso que ya comenzaba a colorearse por los espantosos efectos de la radiación en su cuerpo.
 
Múltiples agujas y catéteres estaban taladrando su cuerpo con todo tipo de pequeños tubos donde se podía ver circular diversos fluidos y compuestos químicos atravesando cada centímetro de su cuerpo.
 
Mientras tanto, pequeños brazos robóticos para intervenciones de emergencia, habían comenzado ya a trabajar de forma autónoma intentando desesperadamente cerrar las múltiples hemorragias que amenazaban con segar la vida de mía instantáneamente antes de tiempo.
 
La primera fase de la operación sería la más delicada, tenían que separar el cerebro del resto del cuerpo con una serie de sucesivas intervenciones acopladas en las que se debería mantener el aporte oxígeno y alimento a la masa gris de Mia.
 
Para ello, las principales vías que alimentaban el sistema cerebro bascular deberían ser “puenteadas” a un sistema de bombeo artificial externo.  Para que esto fuese posible las diferentes venas y arterias que conforman el Polígono de Willis, una estructura de forma heptagonal formada por la unión de los diferentes conductos que irrigan el cerebro, aportando oxígeno y nutrientes a éste, tendría que continuar funcionando con normalidad en todo momento y sin el menor daño.
 
Le habían explicado toda la intervención a la muchacha cuando consiguieron reanimarla. Ella suplico que prefería permanecer dormida durante todo el proceso pero el doctor Alba le explicó con toda la sutileza qué el infame actor podía expresar que aquello era imposible.
 
Mia aunque sedada, debía permanecer despierta durante gran parte de la intervención para así poder garantizar el correcto procedimiento, sobre todo en la segunda y delicada fase,  cuando su cerebro tras ser extraído del cráneo y separado de su cuerpo sería reintroducido en una especie de tanque cultivo y mantenimiento donde  sus neuronas serian poco a poco reemplazadas por nano neuronas cuánticas.
 
Una vez finalizada esta fase  quedaría transferir el cerebro al SNANC, es decir un soporte de neuronas artificiales nano-quánticas portátil, el cual podía conectarse gracias a toda una serie de puertos estándar con cualquier tipo de dispositivo sensorial, redes de comunicación o incluso ser “acoplado” a otro cerebro humano.
 
Durante la mayor parte del tiempo en estas fases, la joven debía permanecer consciente mientras un potente y complejo sistema de tomografía por positrones escaneaba incesantemente su actividad cerebral, supervisando y mapeando correctamente toda su estructura nerviosa
 

Así pues, aunque mientras todo el delicado proceso se sucediese, ella estaría bajo una fuerte sedación actuando, aunque solo sobre algunos puntos localizados, principalmente la ínsula posterior dorsal del cerebro, donde se localiza el dolor.
 
En aquellos últimos instantes de conciencia, antes de dar su consentimiento. lo único que realmente deseaba Mia era acabar con aquel insoportable dolor, realmente tampoco le hubiera importado morir en ese momento antes que seguir con esa terrible agonía.
 
Solo quizás,  la imagen desencajada de su padre fue lo que la llevó a no optar por la solución más sencilla.
 
La intervención era tan delicada, exigía tal precisión a nivel microscópico y era tan peligrosa que no podía ser realizada por manos humanas. Cuatro robots de precisión Michelangelo Serie 3, herederos del arcaico Da Vinci procederían a realizar las diferentes intervenciones con una precisión superior a 10 nanómetros.
 
En muchos hospitales hacía ya una de década qué los trasplantes de cerebro a dispositivos de soporte vital externo o cuerpos cultivados con el material genético del propio paciente se habían transformado ya en algo rutinario donde, la única dificultad real, radicaba en el grave deterioro que la joven había sufrido por la radiación.
 
Lo cierto era que desde hacía tres años, incluso había comenzado una guerra fratricida entre las diferentes corporaciones metidas en el sector sanitario por ofertar el mejor servicio de “mejora de código”.
 
Es decir, tomar una muestra del material genético del paciente y “editarlo”, eliminando del código todas las secuencias conocidas que pudiesen significar una probabilidad de tener un defecto o contraer una enfermedad hereditaria.
 
Pero no solo eso, aunque la ley permitía ciertos cambios genéticos para reforzar el sistema inmunitario y algunas mejoras en órganos, impedía expresamente las “correcciones” físicas de carácter estético o que supusieran una mejora física por encima de los “estándares” del ser humano.
 
De todas formas era la principal causa de estas operaciones y los hospitales estaban dispuestos a cambiar lo que fuera por unas cifras que podían superar perfectamente diez veces o incluso cien veces lo que ganaba un trabajador medio durante toda su vida.
 
No era extraño ver en las noticias a políticos, empresarios y oligarcas que “regresaban” de sus vacaciones con la musculatura de un culturista, 15 centímetros más altos y aparentando diez años menos. A estas alturas solo representaba motivo de noticia  en los canales del corazón y en los foros de chismorreos.
 
Mía estaba aterrorizada pese a los calmantes, rodeada de todos aquellos engendros mecánicos relucientes que la rodeaban se sentía como un conejillo de indias a punto de ser diseccionado por aquellos aparatos de alta tecnología.
 
Y lo peor de todo, era que realmente iba a ser así. 

​© Belén Higueras – J.F. Alonso