Capítulo 13 - Una llamada incómoda

​Hasta el lunes Gabriel Evals ya no tenía nada que hacer, miraba el techo de su dormitorio tumbado en la cama mientras ella guarda silencio en su cerebro. 

​Tras el absurdo desenlace en que había terminado la visita al maldito almacén se podría decir que poco más quedaba por hablar con su nueva ampliación. Se sentía más deprimido que de costumbre, no parecía que su nueva vida trabajando para una compañía biotecnológica fuera a ser la liberación que su alma necesitaba.
 
Todo lo contrario, era más de lo mismo. Solo que ahora, además llevaba en su cabeza un ser que parecía capaz de odiarle más que el mismo. Cuando estaba solo, sin nada que espiase sus pensamientos, al menos le quedaba el consuelo de emborracharse en algún local ilegal y oscuro.
 
Podía desconectarla, deshabilitar su conexión al interfaz neuronal que puenteaba con sus sentidos, dejarla ciega y sorda por unas horas, podía cortar también su conexión a las redes para que no lo espiara desde cualquiera de las mil cámaras que le rodeaban, pero aquello no haría otra cosa que empeorar la situación.
 
Mia, mientras tanto respetaba ese incómodo silencio, sabía que las muertes del almacén no eran culpa suya pero no se lo podía decir, no al menos sin hacerle aún más daño. Aquel tipo cada vez le parecía menos amenazador, más bien, poco a poco, le parecía cada vez más otra marioneta más de Kobain-Suzuka.  Con el paso de los días se daba cuenta que no eran más que un puñado de matrioskas atrapadas en el juego de un niño caprichoso y mimado que podía tirarlas por la venta cuando quisiera.
 
Ya había anochecido, el cuarto en tinieblas se bañaba de las luces eléctricas que accedían desde la ventana rodeando la habitación de tenues colores que hacían el lugar mucho más acogedor de lo que realmente era. Casi parecía que brotaran de un lugar mejor, justo ahí, al otro lado, aunque sabía perfectamente que solo estaba la calle, esa calle sucia, oxidada y repleta de cien locales anunciando falsas ofertas de felicidad. De todas maneras era agradable imaginar en un lugar mejor.
 
Alrededor de las 20:30 comenzó a llover y el sonido de las gotas contra el cristal le calmaron un poco, el contacto con las calientes estructuras de los edificios y el suelo las evaporaba rápidamente formando un densa niebla que emborronaba la visión del exterior,  algo que a su entender embellecía aquel paisaje de cemento corroído.
 
Comenzaba a sentirse un poco mejor, solo un poco.
 
Mia observaba mientras tanto sus constantes vitales y los análisis bioquímicos automáticos que el sistema de medbots enviaba a la central, rápidamente se dio cuenta del efecto del cambio atmosférico y pensó que era un buen momento para decir algo y romper el hielo, pero una llamada entrante precipitó los acontecimientos.
 
- Una solicitud de “Servicio Botánico – ID 28.34.127.210” quería establecer una llamada “presencial”. - Mia se lo comunicó a un adormecido Gabriel que le pidió que solo aceptase una llamada de audio, no tenía muchas ganas ni de elegir un avatar para una llamada corpórea en el ciberespacio y mucho menos para una video llamada.
 
- Es Ekaterina una antigua amiga, trabaja en el servicio municipal botánico para producción de oxígeno. Pásamela por audio, intentaré acabar rápido.- dijo con desgana y cierta incomodidad
 
Se ladeó de espaldas a  la venta como si buscará intimidad y escucho la voz de la mujer, más bien seria pero agradable, su acento caucásico era inconfundible.
 
-Hola Gabi, hace casi tres meses que no sé nada de ti. Me dijeron que dejaste el trabajo ¿Te estás muriendo o es que has vendido un alijo robado de antimateria? Porque si es lo segundo, no te olvides de mi antes de desaparecer, un préstamo para pagar mi nueva casa en las montañas me vendría muy bien, aún me debes unos cuantos favores – y era verdad, sus conocimientos de biología le habían ayudado a resolver más de un caso para la aseguradora, más de uno se envenenaba deliberadamente para intentar salir de la miseria.
 
-Dejé el trabajo, ahora estoy con Kobain-Suzuka, quería algo con menos papeleo, aunque de momento sigo igual de pobre, así me temo que tendrás que apañarte con tus facturas.- Quiso decirle algo del implante, pero no tenía demasiadas ganas de hablar y quizás no fuese el mejor momento.
 
-Vale, lo superaré. Llevas en la sangre tener los bolsillos vacios. Bueno, hombre pobre, ¿Qué tal si te vienes a cenar conmigo esta noche? Mi marido está de viaje, prometo elegir un sitio barato que puedas pagar y no herir tu orgullo de macho alfa. –dijo con tono serio y sarcástico.
 
Gabriel olvidó decirle que no escuchara, así que en tan solo uno segundos de conversación ella ya sabía la clase de relación que tenían. No le hizo mucha gracia, pero por alguna razón pensó que estaría bien que saliera a cenar y conocer la clase de mujeres con las que se relacionaba.
 
Pasaron varios segundos eternos, Gabriel guardaba silencio, se había dado cuenta que Mia escuchaba y acababa de descubrir su comprometida situación. Para ella esos tres segundos se le antojaron horas, desde su cerebro quántico la noción del tiempo todavía era diferente y a veces se aceleraba o detenía de manera incomprensible.
 
Sin estímulos exteriores a veces unos segundos se transformaban en horas, mientras que si comenzaba a recibir información y procesar datos aunque fueran millones, tenía la sensación que el tiempo corría a toda prisa, era muy extraño. Ahora esos largos segundos le llevaron a pensar y tomó una decisión, por un canal interno le dijo:
 
-Mañana no tenemos nada que hacer y no creo que pasar el fin de semana tumbado ayude mucho a tu circulación, creo que deberías aceptar y dar una vuelta, tus niveles de glucosa y hierro están muy bajos, un buen filete nos vendría muy bien.
 
El antiguo inspector de seguros se sorprendió con la sugerencia de Mia, jamás se lo hubiera esperado y menos con lo ocurrido. El tono parecía sincero y le extraño, pero el tiempo corría y tenía  que reaccionar.
 
-Vale, porqué no. Tú eliges, al menos si el lugar es un antro no podrá echarme las culpas y si sale caro que pague tu querido maridito.
 
-OK, hombre pobre, ponte guapo. Te mando la dirección. Nos vemos en 45 minutos. Chao
 
El silencio se apoderó de nuevo de la habitación, pero ahora una extraña electricidad estática lo envolvía todo.
 
Cuando mencionó a su esposo, Yuri Volkov, un calambre frio y agudo recorrió su espalda, sabía perfectamente que se estaba jugando la vida. Aquel tipo era un agregado cultural de la embajada Indosoviética, que en pocas palabras quería decir un negociador secreto del conglomerado minero-energético de la gran potencia rival.
 
Impulsado por la nueva mafia rusa renovada tras los ataques a Gazprom de hacía dos décadas, su poder solo era comparable a su sadismo. Solo un año antes había ordenado acabar con un empresario californiano por ganarle un contrato en una subasta pública.
 
Para enviar un mensaje claro hubiese bastado con un micro-proyectil inteligente a prueba de  contramedidas viajando a 800mts por segundo en el interior de su cerebro lanzado desde una base de Minsk, pero para él no era suficiente. 
 
Ordenó su secuestro y lo tuvo 40 días en una cápsula de tortura virtual, esas máquinas eran algo bastante menos deseable que la muerte: te mantenían paralizado y conectado a un sistema de soporte vital que impedía tu muerte mientras en tu cerebro se simulaban las torturas más espantosas.
 
La policía las usaba con los terroristas un máximo de 15 minutos, según estipulaba la ley de medidas excepcionales para la protección nacional y todavía no se sabía de ningún preso que no hubiese dicho hasta lo que no recordaba.
 
Dada la naturaleza de la conciencia, un cerebro aislado puede llegar a creer que 15 minutos de tiempo en la realidad son hasta 12 horas sometido a estimulación fuera del mundo real, así que la policía tenía más que suficiente para conseguir lo que quisiera de quien fuese… aunque solían agotar los 15 minutos permitidos.
 
Volkov sometió al pobre desgraciado a una secuencia obtenida en el mercado negro, era una especie de snuff movie en la que unos delincuentes de las favelas de Sao Paulo metían a un tipo dentro de ruedas de coche y le prendían fuego mientras grababan lo que sentía su cerebro hasta que el lector se fundía por el calor.
 
El empresario vivió la escena en su cerebro durante 40 días y 40 noches de tiempo real (algo así como un año de tiempo subjetivo) en la que pudo degustar el calor, el terror y el olor a caucho quemado pegándose a su piel.
 
Cuando la policía lo encontró en un callejón todavía seguía vivo y no tenía ningún rasguño a excepción de algunos moratones causados por las agujas. Aunque lo curioso del asunto es que un tac cerebral reveló que solo le quedaban con vida un 8 por ciento de sus neuronas y repetía a la perfección en un perfecto portugués: “Eu quero morrer, te imploro, quero morrer!”
 
Con estos antecedentes ser amante de Ekaterina (Katia para él) era poco menos que jugar a la ruleta rusa, solo que en este caso la bala te entraría en el cerebro como 3600 veces al día durante cuarenta días. Sin embargo, por alguna razón absurda aquello nunca le había detenido.
 
Katia era una inmigrante procedente Turkmenistán, sus padres llegaron a América cuando ella era una niña, poco antes de la sangrienta re-anexión de las cinco repúblicas del Turkistán tras la llamada guerra del gas natural.
 
Sus padres pudieron llegar al país y salvar la vida por ser brillantes ingenieros químicos pero ella había multiplicado esa inteligencia al máximo exponente.
 
Hablar con ella era una especie de competición agotadora, un reto imposible de superar, sus palabras guardaban dobles y triples significados. Las intenciones detrás de ellas aún eran más insondables. Aquello le atraía tanto como bucear en su cuerpo hasta llegar a las simas más profundas.
 
Aunque obviamente, no te fijabas en ella primero por eso, antes de cruzar una sola palabra con ella sabías que era alguien especial, sus bellos rasgos eran una peculiar mezcla centro asiática imposible de imitar con la avanzada cirugía estética de clonación manométrica de rasgos.
 
Su pelo negro y largo adornaba unas facciones sacadas de los cuentos de las mil y una noches, pero muchos más extraños, facciones caucásicas blancas pero ojos y piel oscuros como la muerte, labios grandes por encima del bien y del mal y un cuerpo esculpido con miles de horas de ejercicio y artes marciales, todo ello envuelto por piezas clásicas de Yves Saint Laurent.
 
En aquella época donde todos los ricos se operaban para parecer clónicos de sus cantantes, actores y actrices favoritas (esos personajes absurdos  diseñados por una IA del mundo del espectáculo), ella sin embargo, era diferente.
 
No llevaba en todo el cuerpo ni un solo injerto de estética o de fibras musculares. Le gustaba cuidarse y con sus 37 años no se había cambiado todavía un solo órgano, aunque sus implantes potenciadores valían más en el mercado negro que todos los trabajos de cirugía estética y trasplantes de 20 millonarios.
 
Comprendía perfectamente porqué ese miserable de Volkov se fijó en ella, era como desear el más bello y raro de los ópalos pero lo que no podía entender era porque demonios se había fijado en un tipo como él.
 
Quizás solo era un entretenimiento, un divertido juego de engaños donde el solo era la mosca en una tela de araña tan dulce que no podía evitar quedar atrapado. Pero no podía evitar pensar que la araña realmente quería a la mosca.
 
-Gabriel, date prisa y prepárate. Ya ha mandado el nombre del restaurante, está al otro lado de la ciudad y solo nos quedan 40 minutos. Voy a desconectarme 15 minutos para que te puedas centrar.

​© Belén Higueras – J.F. Alonso