Capítulo 2- Emborrachando remordimientos

El Blade Run era esa clase de bar para perdedores que solo cerraba cuando un juez tenía que levantar un cadáver. Podías estar bebiendo, comprar cualquier implante ilegal de Oriente Medio o jugarte la vida probando las experiencias virtuales más salvajes del mercado negro durante días con la seguridad de que la policía no te molestaría con una redada.

El lugar tenía ese encanto especial de los lugares cerrados y sin ventilación donde el humo y el sudor se mezclaban con los vapores etílicos de los cócteles y el perfume barato de las prostitutas. La iluminación, baja y cálida por supuesto, hacia de cada mesa y sus roídos sofás de piel un universo paralelo de tristeza y pasiones perdidas.
 
Su estratégica situación en mitad del barrio rojo lo hacía perfecto para el anonimato, nada de cámaras, drones o escaners de ningún tipo. Ni las señales de las operadoras de red penetraban en aquel tugurio. Si querías conectarte con algún dispositivo, el que fuese, usabas el servidor del propio local, el cual daba acceso al exterior –y por supuesto a su hacker - no podías pedir más.
 
Gabriel Evals llevaba dentro del local bebiendo demasiadas horas para recordar ya si fuera era de día o de noche, tampoco es que importara demasiado, no tenía que acudir a su nuevo trabajo hasta la semana que viene y eso debía estar todavía a unos 4 o 5 días después de cuando iba a caer inconsciente, momento que la falta de equilibrio le indicaba ya cercano.
 
Gabriel era un inspector de seguros, era un auténtico experto en detectar fraudes por complejos que estos fueran, su capacidad para investigar las pistas o la tecnología forense a su alcance superaba con creces a las del mejor inspector de policía y desde luego eso se notaba en el sueldo y las comisiones por caso resuelto.
 
Su último éxito era la razón de aquella celebración y cambiar de trabajo, tan solo, la necesidad inexcusable de seguir pagando las facturas.
 
Era bueno en su trabajo, realmente muy bueno. Tanto que su último expediente había resultado perfecto para la aseguradora, había conseguido demostrar más allá de la duda razonable ante el juez que John Curtis Estes, decidió simular un atropello donde perdió una pierna para cobrar el seguro.
 
Pudo probar como a causa de la pérdida del trabajo, los crecientes problemas económicos del tratamiento de su hija y ante la imposibilidad de pagar el trasplante de hígado que su pequeña necesitaba,  urdió una solución para su familia.
 
Cualquier otro inspector no habría llegado al final del asunto, pero el revisó las cámaras de aquella calle del accidente hasta tres meses antes y comprobó como Curtis había estado preparando el suceso con un complejo software desarrollado por el mismo con el que escaneó y busco un punto muerto entre los recovecos de las calles que impidiese a los sofisticados vehículos de alta gama detectar su presencia y esquivarlo. Luego tan solo tenía que esperar un día lluvioso y sufrir un ligero resbalón.
 
Curtis fue condenado a la pena máxima pues cualquier intento de dañar los intereses económicos de una gran corporación se enmarcaba dentro de los “Ley patriótica de delitos graves de terrorismo y contra la paz ciudadana”.
 
Todos sus bienes y ahorros fueron embargados, bajo las clausulas de la citada ley, las deudas pendientes, más los intereses acumulados de demora, pasaban a ser también responsabilidad de su mujer e hija.
 
¡Todo perfecto!  Tres días después Curtis les disparaba en la cabeza a su mujer e hija mientras dormían con la escopeta de su abuelo, una vieja calibre .12 de caza que había escondido en el desván. Como no pudo permitirse comprar más cartuchos para el mismo en el mercado negro saltó por la ventana, pero con tan mala suerte que solo se destrozó la columna y se perforó el páncreas.
 
A causa del embargo, no se le intervino, murió en una camilla en la entrada de urgencias 16 horas después. Lo cual mejoró las cuentas de la aseguradora. Ya que pudo embargar los cuerpos de los 3 y vender los órganos. El de la madre estaba en perfecto estado, se salvaron hasta las córneas porque las postas le volaron limpiamente la tapa de los sesos. Toda una suerte.
 
Se tomó otro trago, los nano-procesadores gástricos que se había comprado tres meses atrás ya no le parecían tan buena inversión, esos metabolizadores etílicos descomponían el alcohol y lo almacenaban en su batería corporal de reserva a una velocidad superior a la que él era capaz de beber ese destilado. Sería más difícil ahora que le envenenaran o acabara con una salmonella haciéndole vomitar, pero no compensaba perder esa dulce patada en la cabeza que te impedía pensar.
 
Amneris se acerco Gabriel, parecía casi una joven de 16 años que no encajaba para nada en aquel lugar si no fuera por esos precios globos oculares multi-espectro de visión panorámica dotados de ese color negro mate anti reflejos que caracterizaba a los ojos sintéticos de los miembros de las fuerzas especiales. El conjunto se completaba con un bello pelo violeta-granate irisado micro articulado, le caía hasta donde la espalda pierde el nombre, tan suave como eficaz para auto-entretejerse en dos décimas de segundo y apretarte el cuello hasta dejarlo del diámetro de un cigarrillo.
 
Su vestuario era un poco tópico, mezcla entre el tono teenager de Harley Quinn y el pragmatismo militar de Ellen Ripley tapando con poco éxito un cuerpo pequeño, esbelto y flexible de pura aleación de Titanio que le permitía escapar por cualquier recoveco y que la había dejado casi sin terminaciones nerviosas naturales –algo muy práctico si la probabilidad de recibir una puñalada en el hígado es alta-
 
El Run, era su despacho oficial, vendía toda clase de material de contrabando procedente de África que pudiese llegar hasta la costa en un dron de carga anti radar, de esos sumergibles que vuelan a ras de mar a 300 Km/h para evitar ser localizados.
 
África era la “Nueva China” y podías conseguir cualquier cosa que se pudiese construir saltándose permisos y licencias a 50 metros de profundidad bajo el desierto del Gobi a espaldas de los satélites de protección de la propiedad industrial.
 
Puesto que nadie podía ir a la policía a denunciar si un trato no salía como esperabas, las disputas solían acabar con una fregona manchada de burdeos, y ella en el Bar se le cargaba un extra en cada copa por el sobre gasto en limpia suelos que le obligaba a tener que comprar el local.
 
-¿Qué tal Gabriel? Te veo más hecho polvo de lo normal. Te peguntaría que te pasa, pero sinceramente me trae sin cuidado. Además, hoy estás gastando pasta así que aún me importa menos. ¿Quieres que nos vallamos de aquí? Se me ocurren maneras más eficaces de dejarte inconsciente.- La confianza da asco, pero Amneris no era una mujer que le gustase perder el tiempo con tonterías, sabía que el tacto no cambia nada en su mundo y Evals también. Por alguna razón solo atraía a las mujeres que le trataban como un neumático viejo.
 
-Tu sinceridad a la hora de mostrarme tu sentimientos hacía mi me conmueve de verdad y si no fuera porque estoy de celebración por mi nuevo trabajo en Cobain-Suzuka te prometo que aceptaría, pero en unos días comienzo mi nueva vida y me temo que las clausulas del contrato no verán con buenos ojos que visite tus oficinas si no es por motivos laborales.- Lo decía en parte con sinceridad, sabía que tenía que cambiar de rumbo o acabaría todo muy mal, aunque una noche de despedida con Amneris y su brutal sinceridad tampoco era una opción desaconsejable.
 
-Bueno, entonces te veré pronto. Aquí llegan muchos ilegales buscando identidades nuevas y cambiar sus huellas digitales o de ADN, pero la próxima vez que entres por esa puerta intentando dejarme sin clientes darás gracias si llegas vivo hasta la barra… pero no hablemos del futuro, ahora podríamos celebrar tu ascenso en un lugar más tranquilo, a mí no me queda ya más material que vender y me da miedo ir a casa sola. –Dijo entonando las mentiras más sensuales que una asesina puede pronunciar. Mientras sus ojos generaban un brillo artificial deslizando una fina capa de lubricante con teflón.
 
-No seas tan dura conmigo, solo voy a buscar a tipos raros de vete tú a saber qué lugar del universo para que los identifiquen y puedan pagar impuestos como todo el mundo, no es para tanto. Estoy cansado de averiguar las tretas de pobres desgraciados para llegar a fin de mes. No creo que lo que hiciese fuera realmente bueno para nadie, pero ahora…piénsalo! – Evals, le miró levantado un dedo con la confusión inequívoca de un borracho.
 
-Todos esos bichos intergalácticos tienen conocimientos increíbles sobre campos de la ciencia y la tecnología que desconocemos, podrían ayudarnos a curar enfermedades, limpiar la atmósfera, hacer que la tierra volviera a ser verde. Además, las mafias se lucran de ellos, les hacen trabajar como esclavos y vivir de forma miserable. Nosotros los liberamos de todo eso cuando los identificamos y les ofrecemos una nueva vida. Te lo digo en serio mi bella traficante, quiero hacer algo bueno por la gente.- Evals le miraba tambaleándose, estaba claro que los procesadores metabólicos habían sobrepasado ampliamente el límite descrito en sus especificaciones.
 
-En serio Evals, no sé que me jode más, que intentes engañarme a mí o que tú mismo te lo intestes creer. No dejas de ser un maldito crio ingenuo que se las da de listo. No tengo claro si me da más ganas de partirte la nariz o bajarte los pantalones.
 
-¿Si pago la cuenta y nos largamos podrías decantarte por la segunda opción? Quizás tengas razón y me engañe a mí mismo, pero al menos intento dar un sentido a todo, ¿sabes? Puede que me vuelva a equivocar pero lo intento.
 
-Vale, saca ya la cartera y vámonos de esta puta ratonera.
 
Salieron a la calle, acababa de llover, limpiando la atmosfera. Un millón de luces se reflejaban en el asfalto y el aluminio de las papeleras. Como estrellas les arropaban mientras caminaban entre el sucio bullicio. No se decían nada, caminaban tranquilos y Gabriel presentía que realmente podría cambiar su vida.

© Belén Higueras – J.F. Alonso