Capítulo 3 - El final de la inocencia

​Hacía tan solo 30.000 años era un pequeño punto oscuro e inexplicable en los confines del universo, a millones de años luz, nada que no hubiesen visto antes los astrónomos y buen motivo para entretener a los académicos con divertidas hipótesis.

​Durante siglos se pensó que aquel lugar de masa incalculable y una gravedad tan intensa que absolutamente nada escaba, era algún tipo de agujero negro que acababa de nacer en lo más recóndito de la oscura infinitud.
 
Los avanzados sistemas de medición de las sondas más distantes y los viajes interestelares arrojaron poca luz sobre el fenómeno durante los primeros años, aunque poco a poco la magnitud del misterio fue creciendo y alarmando a las diferentes civilizaciones que lo iban conociendo.
 
Aunque solemos pensar que los agujeros negros son inescrutables y nada escapa de ellos, no deja de ser más que una frase, resulta fácil observar multitud de fenómenos a su alrededor, como la radiación de Hawking producida en el horizonte de sucesos de uno de estos fenómenos.
 
Así que aquellas gigantescas entidades, tan oscuras y arrogantes también perdían energía (y por tanto masa) para el deleite de los jóvenes estudiantes de física, que jugaban a adivinar las propiedades de estos, gracias a procesar las mediciones de radiación para luego comparar los resultados con la precisa cartografía del universo y la milimétrica medición de todas sus características.
 
Cazar agujeros negros era un juego divertido, poco más a estas alturas, para aquella civilización, estos fenómenos  cósmicos habían perdido todo misterio, hacía miles de años que la ciencia había descifrado y unificado las leyes que rigen el todo, limitando la exploración espacial a un rutinario problema político, de diplomacia entre las distintas civilizaciones que entraban en contacto.
 
Cuando se conocía una nueva forma de vida inteligente era poco menos que una noticia aburrida, tan solo para los aficionados a seguir estos eventos en las redes de comunicación. Sólo si se entraba en contacto con una raza avanzada en el multiverso se producía el interés de los más jóvenes, amantes siempre de las novedades para inspirarse y modelar su individualismo, tan propio de las edades tempranas y que les llevaba a interesarse por las modas o costumbres de razas más exóticas, con el ideal eterno y romántico de la rebeldía frente a la rutina y lo establecido.
 
Pero esta vez era distinto, poco a poco las diferentes civilizaciones en todos los confines del universo fueron comprendiendo que aquello era algo más que una simple masa de materia colapsada en un espacio minúsculo.
 
Aquel ente, por llamarlo de alguna manera, realmente no dejaba escapar nada a su alrededor, era completamente opaco y ni siquiera se pudo saber ni remotamente que era hasta pasados más de mil años de su aparición.
 
Para cuando se tuvo una idea mínimamente razonable de que significaba aquel punto oscuro en el universo ya era demasiado tarde, miles de razas inteligentes habían perecido, millones de planetas habitados ya no existían y billones de galaxias eran solo un recuerdo en los libros de historia.
 
Mil años puede parecer mucho tiempo, pero en una escala de tiempo universal, es menos que el aleteo de un pájaro. En tan solo ese breve periodo aquel punto oscuro se había expandido hasta ser visible con un simple telescopio de juguete en la noche estrellada de muchos planetas que flotaban acompasados en sus plácidas orbitas entre los millones de galaxias cercanas.
 
¡Pero eso significaba una velocidad de expansión próxima a la luz! Una bola oscura que crecía en todas las direcciones a un ritmo cercano a los 300.000 kilómetros por segundo, absorbiendo todo a su paso.
 
La medida de la velocidad de expansión era más bien una simple aproximación razonada por los científicos a causa de la inviolabilidad que suponía para las grandes masas poder superar la velocidad de la luz, pero para ser honestos, ni siquiera podían confiar en aquellas mediciones, porque aquella bola descomunal y aparentemente casi hueca, sí tenía algo en común con los agujeros negros: acumulaba en su interior toda la masa de las galaxias que engullía, la radiación y la matería oscura invisible a simple vista.
 
Nada, absolutamente nada escapaba.
 
Su gravedad era sencillamente incalculable y las leyes físicas sencillamente parecían no cumplirse frente a los sensores de medición en la curvatura del horizonte de aquella masa increíble e incomprensible, todo era atraído hacia esa esfera gigantesca y oscura a una velocidad terrorífica que los astrónomos no podían llegar a entender.
 
Probablemente el espacio y el tiempo se distorsionaban de tal manera en presencia de tal volumen de energía que las diferentes branas y dimensiones compactadas, las cuales ofrecían equilibrio al todo, se descomponían y desintegraban a tal velocidad que calcular a qué ritmo estaba sucediendo aquello era imposible.
 
Pronto comenzaron las migraciones de los planetas habitados en las galaxias más cercanas con civilizaciones capaces de disponer de la tecnología para aventurarse al espacio, pero la mayoría perecieron inexorablemente.
 
El resto pronto descubrieron que aunque los motores fotónicos les permitían alcanzar velocidades próximas a la luz o curvar el espacio exprimiendo la energía de fusión de las estrellas, la gravedad de aquel monstruo no les dejaba plegar el espacio a tiempo. Era como tirar una piedrecita en el agua en mitad de una tormenta, aquellas suaves ondulaciones no les salvarían.
 
A partir de entonces los siguientes milenios fueron un intento desesperado por salvar civilizaciones, siendo ya conscientes de la debacle que se avecinaba, poco a poco las civilizaciones más avanzadas en las diferentes galaxias intentaron alcanzar acuerdos y olvidar sus rencillas.
 
Había que tomar toda clase de medidas para salvar todo aquello que se pudiera, vida, conocimiento y arte,  pero al final como siempre la codicia, el egoísmo y el poder se encargaron de realizarlas demasiado tarde.
 
Se comenzaron a evacuar galaxias completas, las civilizaciones más avanzadas en una escala III de Kardashov, capaces de aprovechar toda la potencia disponible en una galaxia, no solo ayudaron a poner a salvo otras razas inferiores y sus culturas, comenzaron a construir gigantescas estructuras que aprovecharan la energía de las estrellas para abrir brechas espacio temporales en el tejido del cosmos y poder huir a otros universos dónde poder sobrevivir.
 
Pero existía un problema insalvable para la mayoría: la distancia, el espacio es aterradoramente inmenso, tan solo la luz, a su vertiginosa velocidad de propagación tardaba millones de años en cruzarlo de una punta a otra.
 
Pero inexplicablemente el oscuro devorador crecía a un ritmo superior a esa velocidad, sin necesidad de sobrepasarla, de alguna manera “arrugaba” el espacio-tiempo con su incalculable fuerza de gravedad y lo engullía, sin dar tiempo a escapar, era como correr sobre una cinta.
 
Cuanto más crecía, más fácil y rápido le resultaba aplastar el tejido espacio temporal y matar todo a su paso.

​© Belén Higueras – J.F. Alonso