Ya no le quedaba ni bilis que vomitar, aquella bañera de acero avanzaba en el oleaje hacía la playa sacudiendo a los soldados con una perversa cadencia. Escuchaba los disparos y el sonido metálico de los proyectiles de pequeño calibre que rebotaban en el blindaje de la barcaza de desembarco, pero lo más aterrador era no saber que le esperaba cuando se abriese el portón. Alessandro intentaba consolarse pensando que pese a todo había tenido muchísima suerte, sabía que la Operación Iceberg estaba resultando una carnicería en Okinawa, la artillería naval no había sido capaz de acabar con el intrincado sistema de búnkeres construido por los Japoneses. Luchaban hasta la muerte como ratas acorraladas dentro de las madrigueras. Pero ellos sin embargo, habían sido destinados a tomar un pequeño islote medio abandonado a muchas millas de aquel infierno. Su unidad de la 6ª división de marines ya estaba diezmada antes de entrar en combate, solo hizo falta que varios días antes un estúpido olvidara amarrar bien uno de los mástiles de la grúa que presidia el centro del carguero que los transportaba en un buque de la Task Force 57 de la flota británica del pacífico. Tomaban el sol en cubierta y jugaban a las cartas cuando aquella mole se precipitó directamente hacia las compuertas centrales de las bodegas, donde los confiados soldados descansaban tranquilos. Ver los cuerpos aplastados de los chicos con los que había convivido los últimos meses no fue agradable… pero el tuvo suerte, estaba afeitándose en un pequeño lavabo. Realmente afeitarse era lo de menos, le gustaba la soledad y los espacios pequeños. Siempre que podía se metía en cualquier rincón confiando que los problemas no le verían. Lo había hecho desde pequeño y la táctica siempre funcionó. Alistarse medio borracho por una apuesta delante de unas chicas no fue su jugada más inteligente, no encajaba con su modus operandi pero una de sus tácticas favoritas siempre fue ser amigo de los tipos más duros de su instituto, era bueno manipulando y esos gorilas le garantizaron una adolescencia tranquila pese a su aspecto flaco y desgarbado. Las tácticas de su política de alianzas con los más fuertes siempre incluyeron hacer los trabajos de clase de sus compañeros, proporcionar carnets falsos para comprar en las licorerías o ayudar a manipular las notas de sus amigos. Pero tras la graduación y la necesidad de compañía menos varonil sus planes también incluía acudir a las fiestas de sus antiguos compañeros de clase y acompañar a aquellos tipos en sus rituales de alcohol y testosterona: grave error, no supo medir el fin del juego. Pese a todo, la suerte siempre le había acompañado por mal que se pusieran las cosas, su unidad estaba en aquel barco británico por culpa de un avión kamikaze que había impactado contra su buque de la V Flota de los Estados Unidos 3 días antes. Allí cuatro compañeros suyos ya tuvieron que ser enviados a un buque enfermería a causa del incendio, con una 4ª parte de su piel más asada que unas alitas de pollo, posiblemente ya nunca entrarían en combate. El de nuevo, escondido tras varios jeeps amarrados tuvo mucha suerte. La suerte seguro que continuaría, solo tenía que esconderse, no meterse en líos y volver a casa como un héroe. De momento los continuos desastres en su unidad propiciaron que fuesen destinados a desembarcar en un pequeño islote para tomar lo que se suponía era un centro de almacenaje y mantenimiento secundario que conectaba las vías de comunicación del conjunto de Islas Ryukyu, objetivo secundario de aquel “Tifón de acero”. Algo fácil, en teoría, la isla había sido bombardeada durante más de 24 horas. A unos 3 kilómetros de distancia en el mar, cuando la vegetación quedó consumida por las llamas, si mirabas con unos prismáticos, solo se divisaban unas pocas rocas calcinadas y negruzcas en mitad de una playa vacía. El plan era sencillo, una vez se abriese la compuerta solo había que ir corriendo hacia el agujero más profundo y oscuro que encontrara, perderse en algún acantilado o en alguno de los escombros que a esas horas ya debían ser los búnkeres de aquellos pobres amarillos descuartizados. Pero a medida que se acercaban a la playa y el agua que se levantaba con el fuego enemigo le calaba hasta los huesos, comenzaba a pensar que la suerte se le estaba acabando. **** Se abalanzaron hacía delante y cayeron unos sobre otros cuando la lancha encalló en la playa. La compuerta se precipitó y las balas procedentes de las rocas tiñeron de rojo las paredes de acero en aquel ataúd flotante. Aunque su reacción instintiva fue tirarse rápidamente al suelo de la lancha como muchos de sus compañeros, pronto fue consciente de que aquello era una mala idea, las balas procedentes de los nidos de ametralladoras escondidas en los altos riscos al final de la playa estaban jugando al tiro al pato con ellos. Unos patos metidos en una caja de hierro, esperando a ser desplumados. Alessandro nunca había visto los efectos reales de una ametralladora Tipo 92 japonesa, no era como ver las “manchitas” en blanco y negro que te podían hacer en una película los gánsteres con sus .45, esos pequeños y rápidos proyectiles de 7,70 mm estaban haciendo saltar los cuerpos de sus amigos en mil pedazos, literalmente. No había opción, había que salir de esa trampa, paro su mente por un instante, recordó aquella cálida tarde de verano en aquella pequeña playa de Venice, hacía ya tanto tiempo… su madre estaba llamándole para que saliera del agua y fuese a comer con su familia sobre la toalla, junto a la cesta de mimbre y la sombrilla medio doblada a la que ella mismo había cosido unos remiendos de tela rojo chillón. El obedeció, era feliz y tenía hambre, así que comenzó a correr. Corría hacia adelante sin parar de tropezar y caerse, intentaba limpiarse los ojos y retirar los restos de hueso y cerebro de alguien mientras la arena de la playa se le quedaba apegada al rostro y sentía que su Thompson se le deslizaba de su otra mano por muy fuerte que intentase cogerla. Los disparos y las explosiones no le dejaban escuchar ni sus pensamientos, pero sabía que tenía que moverse rápido, muy agachado y buscar un lugar donde ponerse a refugio, aunque más bien ese lugar le encontró a él cuando se precipito dentro de un cráter de unos 8 metros de diámetro y casi uno y medio de profundidad, probablemente causado por su propia artillería naval hacia solo unas horas. Se quedó tumbado durante unos segundos, el agua al fondo del agujero le dificultaba conseguir respirar sin atragantarse aunque era agradable sentir el frescor del agua salada que le limpiaba su cara ensangrentada. Se calmó un poco, su corazón dejo de correr tan desbocado y aunque seguía temblando como un postre de gelatina, tomo el valor para incorporarse con cuidado e intentar mirar por el borde, sabía que antes o después algún japonés iba a encontrar el ángulo adecuado para acribillarlo. Mientras se incorporaba alguien salto al interior del cráter, se sobresaltó un instante, pero pronto se calmó al ver a su sargento primero Mayers gritándole que se cubriese. -Soldado Alessandro, estos cabrones nos tienen por los huevos! Nos han engañado pero bien! Los informes del reconocimiento aéreo indicaban que aquí ya no había un maldito bicho viviente. Se suponía que nos mandaban esta misión para que nos recuperásemos un poco de los accidentes de estos días y sin embargo nos han enviado a una puta ratonera. ¡Maldita suerte, Joder! Alessandro rió sarcásticamente por dentro – Bueno, por una vez estaba de acuerdo con su malhablado sargento, ya era hora de coincidir en algo con él.- Myers era un tipo de algo más de 40 años, borrachín y malhumorado, bastante tonto y mujeriego, era sin embargo fácil de convencer para que sugiriese al capitán que te quitara alguna guardia por un par de cajas de Lucky. Se preocupaba de su gente y daba la sensación de que hubiese nacido directamente en un barracón, no tenía muchas luces, pero participó siendo un crio en la Gran Guerra y salió airoso de aquella carnicería. Si alguien sabía algo de trincheras y podía sacarlo de aquel lugar era ese tipo. -Alex tenemos que llegar a aquel agujero en la roca a unos 50 metros, tras el bombardeo ha dejado al descubierto algún tipo de túnel de los que probablemente conecten su red de bunkers en lo alto de ese risco. – El sargento Myers le indicó con mucho cuidado con la mano el lugar donde el desprendimiento había dejado al descubierto una pequeño agujero de apenas un metro o menos de diámetro. -Tenemos que salir cagando leches de aquí y meternos dentro para acabar con esas putas ametralladoras cuando antes o no va aquedar ni uno solo de nuestros chicos para follarse a tu madre cuando esto acabe. ¿Comprendes Espagueti?- En aquel momento, el más que insultante pero jocoso tono del sargento, deliberadamente calculado para tranquilizarlo, no funcionó. No le parecía una buena idea pero también sabía que quedarse allí no era una solución y permanecer junto a aquel tipo aumentaba las probabilidades de llegar vivo a la noche. Además, sabía perfectamente que si se negaba a obedecer una orden ahora de aquel viejo cascarrabias no dudaría en sacar su Colt 1911 reglamentario y hacerle un juicio sumarísimo allí mismo si hacía falta, así que contesto un rotundo: -¡Si mi sargento! Es una buena idea dadas las circunstancias. ¿Cómo lo hacemos? -Vale chaval, comprueba el cargador de la Tommy por si tenemos un recibimiento hostil al meternos en la madriguera, cuando lleguemos puede que no tengas tiempo. Ahora espera a mi orden, estoy intentando averiguar cuando paran para recargar los hijos de puta que nos tienen a tiro más cerca. Al momento comience a correr sal cagando leches detrás de mí ¿Entendido? Solo pasaron uno segundos – o eso le pareció a Alessandro- para que el sargento Mayers comenzara a correr en dirección al agujero en la roca, fueron sin duda los 50 metros más largos de su vida. El soldado le siguió al instante, posiblemente si se hubiese quedado en aquel cráter, su sargento ni se hubiese percatado hasta llegar a donde fuese que iban, pero en aquel momento no podía pensar tan siquiera en hacer algo diferente a correr como un poseso en dirección a lo que con casi total seguridad era su final. Las balas, los gritos y las explosiones se sucedían, entre el humo y el sudor que le empañaba los ojos apenas podía divisar la silueta clara de su sargento, pero hacía todo lo posible por mantener el paso tras él, con el pesado equipo que llevaba, la tela mojada y la arena agarrando sus pesadas botas aquello era casi algo sobrehumano de hacer, pero ahora mismo, mantener el contacto visual con esa mancha en movimiento era lo que le conectaba a la vida. Al final llego junto a la entrada, su cuerpo se apegó a la ladera de la montaña para evitar estar a tiro y tomó aliento. Mayers hacía lo propio al otro lado de la entrada, parapetado entre algunas rocas. Durante unos minutos tan solo respiraron y se miraron eufóricos, como si aquellos 50 metros hubiesen sido la mayor locura que les hubiese salido bien en sus vidas. Y probablemente lo era. Tras recobrar el aliento, su sargento le indicó con las manos que comprobara su arma una vez más, tras ver que el joven lo hacía con respuesta afirmativa, sacó una pequeña linterna acodada TL-122 que agarró a un bolsillo con el clip y con otro gesto silencioso le indicó que iba a entrar a la de tres y que le siguiera. Por suerte no había nadie cerca, era un estrecho y bajo pasadizo excavado en la roca, estaba completamente oscuro. Se veía un cable con alguna bombilla colgando de un lado en el techo, pero con el bombardeo estaba claro que la instalación había quedado fuera de servicio. Probablemente no sabrían si una luz que se acercase procedía de un amigo o enemigo hasta que os estuviesen unos en frente de los otros, así que procedieron a avanzar lentamente y con cautela intentando llegar a los puntos más elevados de aquella madriguera, donde las ametralladoras seguían machando a sus compañeros en la playa. Resultaba complicado moverse, era más difícil de lo que parecía orientarse ahí dentro, cuando escuchaban voces o veían algún reflejo de luz se detenían, apuntaban espalda contra espalda y esperaban a que siguieran su camino, tenían que saber exactamente a lo que se enfrentaban antes de pegar un solo tiro y poder quedar atrapados sin escapatoria en aquellos túneles. Al final encontraron una especie de estrecho túnel vertical con una escalera de madera que les llevaba directamente a los nidos de ametralladora de la zona superior de los riscos. Lo sabían perfectamente por que se escuchan las ametralladoras en lo alto, era un sonido claro y directo rebotando por aquella columna excavada. Subieron con cuidado, de nuevo el sargento iba delante dando la cara, aquel gesto tranquilizó un poco al muchacho, pero sabía que en unos instantes cuando Mayers lanzara la granada sobre el recinto de la ametralladora sus vidas iban a pender de un hilo sin remedio. La explosión le dejo sordo y aturdido, casi se cae de la escalera, al tener que sujetarse no pudieron protegerse de la onda expansiva que machacó sus tímpanos. Subieron el último tramo y comenzaron a disparar. *** Diez minutos después solo quedaba vivo el soldado Alessandro, los ocupantes del nido de ametralladoras cayeron fulminados al instante pero un pasillo horizontal conectaba varias salas desde las que comenzaron a llegar soldados disparando sus pistolas Nambu, pero lo peor era que se abalanzaban de manera suicida con la bayoneta calada o espada en mano. Mientras la munición de las Thompson automáticas del .45 no se agotó pudieron resistir, luego Mayers cogió un Arisaka Type 99 del suelo y siguió luchando hasta que los cortes le desangraron y murió lentamente mientras vigilaba de rodillas la portezuela que conectaba el nido de ametralladoras con el resto de compartimentos, esperando que alguien más entrara. En una esquina Alessandro, acurrucado y sujetando una fea Type 94 que había recogido del suelo apuntaba a la puerta, pero durante media hora nadie entró. Finalmente escucho unos pasos y un joven soldado asustado y tembloroso bayoneta en mano entró en aquel pozo de muerte, avanzó lentamente hasta que divisó la silueta de del joven italo americano también muerto de miedo y que le apuntaba directamente. Los dos se quedaron quietos, como estatuas, mirándose el uno al otro sin saber qué hacer. El sonido del fragor del combate se escuchaba de fondo, pero allí el silencio más sepulcral solo se interrumpía con la lenta respiración de aquellos dos jóvenes incapaces de hacer un solo movimiento, por si era su última decisión antes de morir. Alessandro estaba a punto de apretar el gatillo y probar suerte, si el arma no se disparaba o fallaba sabía que no podría hacer nada contra esa larga bayoneta y la idea de sentirla clavada en su estómago le horrorizaba. Pero no hubo que decidir nada. Un resplandor salvaje se coló por la aspillera donde colgaba destrozada la ametralladora, procedía de la isla de Okinawa, un instante después un gran hongo de humo y fuego se elevó varios kilómetros en el bello cielo azul del pacífico bajo la mirada atónita de los dos soldados. Luego llegó la onda expansiva y la oscuridad atrapó sus mentes. Definitivamente hoy, Alessandro no había tenido suerte. © Belén Higueras – J.F. Alonso
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