Fukusima: Crónica de la arrogancia humana

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​Un peluche de Mickey Mouse se encuentra entre los escombros en Ofunato después del terremoto de magnitud 9.0 y el tsunami. Matthew M. Bradley
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Realmente pocos acontecimientos marcan un antes o después en la historia de la humanidad, menos aún son recordados a través de las generaciones y nos dan lecciones fundamentales para nuestro futuro como especie. El 11 de marzo de 2011, un terremoto de magnitud  9 en la escala de Richter cambió la línea del destino.

​El seísmo sacudió la costa noreste de Japón a las 14:46, hora local, dejando sin suministro eléctrico a la zona. La región, acostumbrada a estas clases de fenómenos geológicos y los tsunamis, vivía tranquilamente, confiando en su tecnología de prevención y en que existían suficientes protocolos de actuación para minimizar los riesgos que una tragedia de tales características.

En ese instante, tres de los seis reactores nucleares de tipo BWR (Reactor de Agua en Ebullición) en la central de Fukushima entraron en parada programada, y la reacción nuclear en cadena de fisión sostenida del reactor se detuvo automáticamente (proceso denominado SCRAM).

La llegada del gran terremoto lo cambió todo, ahora la prioridad estaba en enfriar el combustible incandescente de los rectores, parados a causa de la detención rutinaria en caso de seismos, pero ante la falta de electricidad por los acontecimientos, se hizo uso de los motores diesel de emergencia.

Fuera del protocolo

La disciplina del país asiático, los constantes entrenamientos y simulacros daban sus frutos. Los eficientes operarios iniciaron el procedimiento de emergencia ante terremotos, que ejecutaron con normalidad hasta que a las 15:41, hora local, todo comenzó a salirse del control de los elaborados protocolos.

​Esta imagen nos ayuda a hacernos una idea de la magnitud del tsunami de 2011 y apreciar la fuerza destructora de este. El buque fue encontrado a unos 500 metros del mar.  Tamaki Seto 

Un terrorífico tsunami con olas de 15 metros llegó a la costa, sobrepasando sin problemas los 6 metros de altura del rompeolas que protegía la central nuclear. Nada iba a detener a esa gran pared de agua que se adentraba tierra dentro.

Inmediatamente los reactores quedaron anegados por el agua y los motores diesel inutilizados (a excepción de las unidades 5 y 6 que se situaban a una altura sobre el nivel del mar superior a las otras).

Ante este panorama, el control de la central nuclear, propiedad de la empresa TEPCO (Tokyo Electric Power Company, se perdió drásticamente.

Sencillamente la maquinaria había quedado inutilizada por una gigantesca tromba de agua que nadie supo predecir, pese a que existían probabilidades de que algo similar ocurriera en aquella zona.
Ahora las verdaderas consecuencias de esta arrogancia frente un peligro real iban a crear una de las mayores pesadillas que los humanos hemos producido.

Fallo en cadena, aumenta la temperatura

Las válvulas del condensador de aislamiento estaban cerradas, impidiendo el paso del vapor y el agua, por lo que el agua que refrigeraba el reactor comenzó a bajar de nivel, dejando las barras de uranio, que son el combustible de una central nuclear, expuestas al aire y sin posible refrigeración.

​Un helicóptero SH-60F de Naval Air Facility Atsugi sobrevuela el puerto de Sendai para entregar más de 1,500 libras de alimentos a los sobrevivientes del terremoto de magnitud 9.0 y el tsunami. Imagen: Wikipedia 

Las barras, liberadas de su función; ofrecer energía para alimentar una turbina y liberarse de su exceso de temperatura, comenzaron a derretirse, liberando contenidos radiactivos que empezaban a caer en el contenedor del reactor mientras la presión del interior aumentaba alarmantemente.

La situación se agudizó cuando el revestimiento de zirconio se calentó demasiado y entró en contacto con el agua liberando una gran cantidad de hidrógeno. Éste escapó de la estructura de contención del reactor por la cúpula, que se levantó debido a la elevada presión que había, como si fuera una olla a presión, inundando el edificio de éste gas altamente inflamable y provocando la explosión de los reactores uno, tres y cuatro (que aunque no estaba operativo ese día, compartía el mismo tiro de ventilación que el reactor número tres).
 
Llega el caos

El suceso de mayor tensión se dio en ese momento, tras las explosiones, cuando las piscinas de combustible gastado de las unidades 1-4, que se situaban en la parte superior de los edificios de los reactores siniestrados, quedaron al descubierto y sin agua.

Más de 2000 barras de combustible compuestas de millones de bolitas de uranio no tenían refrigeración y las piscinas no contaban con bombas de emergencia para rellenarlas. Si las barras se sobrecalentaban y comenzaban a arder una gran cantidad de radiactividad se vertería a la atmósfera, sería una catástrofe gigantesca, teniendo que evacuar a toda la población en un radio de 200 kilómetros o más.

Daños tras la explosión de los reactores 3 (izquierdo) y 4 (derecho). Imagen: deedavee easyflow

Ante la falta de agua corriente a causa del desastre, decidieron bombear agua de mar tanto para apagar los incendios como para rellenar las piscinas y refrigerar todo el sistema. Lo malo de esta opción es que el agua marina, por su efecto corrosivo,  inutilizaría los reactores para siempre y existía el temor de que el revestimiento de las barras de combustible gastado se viera comprometido con el tiempo. Pero el infierno se había desatado y sin mayores previsiones en el cajón de las emergencias no quedaba otra opción posible.
 
Veneno en la sangre

Tras la restauración de la luz en la planta, la situación general comenzó a estabilizarse y el terror a un desastre incontrolable parecía poco a poco amainar, aunque era demasiado tarde, la serpiente ya había esparcido su mortal veneno.

La liberación de material radiactivo fue inevitable, por lo que el Gobierno japonés ordenó la evacuación de la población en un radio de 20 kilómetros. Tras el desastre, se vertieron compuestos radiactivos en enormes cantidades, tanto a la atmósfera como al Océano Pacífico.

Hoy en día todavía es imposible saber a ciencia cierta la ingente cantidad de material radioactivo que fue esparcido por todo el planeta, las cifras son contradictorias y muchas veces interesadas, pero lo que si podemos afirmar a ciencia cierta es que Fukushima Daiichi, se convirtió en el escenario del peor accidente nuclear después de Chernóbil (Ucrania, 1986) y el único que lo igualaba en el nivel 7 de la Escala Internacional de Accidentes Nucleares. 

Experto de la IAEA  examina la Unidad de Reacción 3 en la planta de energía nuclear de Fukushima Daiichi el 27 de mayo de 2011 para evaluar los daños del tsunami.  Imagen: Flickr IAEA Imagebank

Finalmente “la parada en frío” se realizó el 11 de diciembre de 2011. A partir de ese momento ya no se requería enfriamiento pero si debía continuar el mantenimiento para controlar las grandes fugas de agua contaminada que envenenaban el mar y el subsuelo, esparciéndose por las corrientes subterráneas.

Informes oficiales, los “50 de Fukushima” y la cruel realidad

Aunque después del desastre los medios de comunicación extranjeros, bautizaron a los trabajadores como los "50 de Fukushima", de hecho, nunca fueron 50. Cientos de operarios permanecieron en la planta, enfrentándose a altos niveles de radiación, para lograr controlar los reactores.
 
Según un informe publicado por TEPCO en 2013, algo más de 29000 trabajadores participaron en las operaciones. Durante el suceso es cierto que no hubo muertes directas debido a la radiación y no se reportó ningún caso de síndrome de irradiación aguda.

De todas maneras, por desgracia un 0,7% de los trabajadores recibieron dosis por encima de los 100 microsieverts (mSv) en los primeros 19 meses,  el máximo de radiación  al que se considera que puede exponerse un ser humano sin un peligro grave para su salud, aunque ciertos estudios cuestionan estas cifras y aún consideran que debiesen ser más bajas.

Además, seis personas de los equipos de emergencias absorbieron dosis por encima de los 250 mSv y la OMS también informó que unos 12 de los trabajadores más fueron expuestos a dosis en sus tiroides en el rango de 2 a 12 Gy, principalmente por inhalación de yodo-131 (2Gy se considera ya una exposición crítica).

Asimismo, varios estudios sugieren que la mitad de los que lucharon contra las fusiones de los reactores sufren de depresión y síntomas de estrés postraumático, además del rechazo de la población nipona, donde ser trabajador de la empresa TEPCO representa poco menos que un estigma social

​Ciudades evacuadas en torno a Fukushima Daiichi el 11 de Abril de 2011. Imagen: Conrad Mayhew 

La radiación es un enemigo invisible que angustia no ver porque puede está presente en cualquier parte. La radiación no huele y su sabor es imperceptible en el agua y los alimentos. Está en el suelo, en la tierra, sobre las sillas…es fácil ingerir o inhalar sus partículas: la radiación a nivel interno en nuestro cuerpo es devastadora y pasa a la sangre con facilidad, provocando leucemia.

Lo peor es el yodo que afecta principalmente a la glándula tiroides de los niños y se ha detectado desde entonces un aumento de casos de este tipo de cáncer o el cesio 137 (un isótopo con 30 años de vida media), que en esta zona del planeta está todas partes y los niveles superan los 2 microsieverts por hora (µSv/h).

El cálculo de las muertes por cáncer desde entonces es incierto e imposible de llegar a precisar, es un terrorífico baile de cifras. Pero entre la población los daños psicosociales de los afectados hace años que son ya más contrastables que los radiológicos (alrededor del 14,6% los han sufrido trastornos psicológicos, cuando la media en Japón es del 4,2%,) y en Fukushima se dispararon los suicidios relacionados con el accidente.

300 años de muerte

Un informe del parlamento japonés publicado en julio del año 2013 dejó claro que las fusiones de los reactores de Fukushima no fueron el resultado inevitable de un desastre natural extraordinario, sino que fue una catástrofe hecha por el hombre y se calcula que hasta dentro de 300 años no se restituirá completamente la situación medioambiental en la zona.

Cientos de miles de personas desplazadas, enfermedades, muerte, miles de millones empleados en contener el desastre todavía hoy en día y que amenazará no solo a Japón si no al resto del planeta como una espada de Damocles decidiendo si nuestra arrogancia merecerá todavía un mayor castigo.

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